7/13/2008

Seda (fragmento), Alessandro Baricco


34.

ESA NOCHE Hara Kei invitó a Hervé Joncour a su casa. Había algunos hombres del lugar y mujeres vestidas con gran elegancia, el rostro pintado de blanco y de colores vistosos. Se bebía sake, se fumaba en una larga pipa de madera un tabaco de aroma amargo y embriagador. Llegaron unos saltimbanquis y un hombre que arrancaba carcajadas imitando hombres y animales. Tres mujeres viejas tocaban instrumentos de cuerda, sin dejar de sonreír. Hara Kei estaba sentado en el puesto de honor, vestido de oscuro, los pies descalzos. En un vestido de seda, espléndido, la mujer con el rostro de chiquilla se sentaba a su lado. Hervé Joncour estaba en el extremo opuesto del cuarto: era asediado por el perfume dulzón de las mujeres que estaban en torno a él y sonreía embarazado a los hombres que se divertían contándole historias que él no podía comprender. Mil veces buscó los ojos de ella, y mil veces ella encontró los suyos. Era una especie de danza triste, secreta e impotente. Hervé Joncour la bailó hasta muy tarde, después se levantó, dijo algo en francés para excusarse, se liberó de cualquier modo de una mujer que había decidido acompañarlo y, abriéndose campo entre nubes de humo y hombres que lo apostrofaban en aquella lengua incomprensible, se fue Antes de salir del cuarto, miró una última vez hacia ella. Lo estaba mirando, con ojos perfectamente mudos, a siglos de distancia.

Hervé Joncour vagabundeó por el pueblo respirando el aire fresco de la noche y perdiéndose entre las callejuelas que subían por el flanco de la colina. Cuando llegó a su casa vio un farol, encendido, oscilando detrás de las paredes de papel. Entró y halló a dos mujeres, de pie, frente a él. Una muchacha oriental, joven, vestida con un simple kimono blanco. Y ella. Tenía en los ojos una especie de febril alegría. No le dio tiempo de hacer nada. Se acercó, le tomó una mano, se la llevó al rostro, la rozó con los labios y, después, estrechándola fuerte, la puso entre las manos de la muchacha que estaba a su lado y la tuvo allí, por un instante, para que no pudiera escapar. Retiró su mano, finalmente, dio un par de pasos hacia atrás, tomó el farol, miró por un instante a los ojos de Hervé Joncour y escapó. Era un farol anaranjado. Desapareció en la noche, pequeña luz en fuga.

35.

HERVÉ JONCOUR no había visto nunca a esa muchacha, ni verdaderamente la vio nunca esa noche. En el cuarto sin luz sintió la belleza de su cuerpo y conoció sus manos y su boca. La amó durante horas, con gestos que no había hecho nunca, dejándose enseñar una lentitud que no conocía. En la oscuridad era fácil amarla sin amarla a ella.

Poco antes del alba, la muchacha se levantó, se puso el kimono blanco y se marchó.

3 comentarios:

Malinata dijo...

Lamento no coincidir con cuál es la mejor parte de este tan hermoso texto, así es que te anexo aquí este fragmento que me encanta.
... Cuando pudo volver a abrir los ojos se encontró frente a dos sirvientes que cogieron sus maletas y lo condujeron hasta los límites de un bosque donde le mostraron un sendero y lo dejaron solo. Hervé Joncour se puso a caminar entre las sombras que los árboles, a su alrededor y por encima de él, recortaban a la luz del día. Se detuvo solamente cuando, de improviso, la vegetación se abrió por un instante, como una ventana, al borde del sendero. Se veía un lago una treintena de metros más abajo. Y en la orilla del lago, tendidos en el suelo, de espaldas Hara Kei y una mujer con un vestido de color naranja, el pelo suelto sobre los hombros. En el instante en que Hervé Joncour la vio, ella se dio la vuelta lentamente y por un momento, justo el tiempo de entrecruzar sus miradas. Sus ojos no tenían sesgo oriental, y su cara era la cara de una muchacha joven.
Hervé Joncour reemprendió el camino en la espesura del bosque, y cuando salió del mismo se encontró al borde del lago. A pocos pasos delante de él, Hara Kei, solo, de espaldas, permanecía sentado inmóvil, vestido de negro. A su lado había un vestido de color naranja, abandonado en el suelo, y dos sandalias de paja. Hervé Joncour se acercó. Minúsculas olas circulares depositaban el agua del lago en la orilla, como enviadas allí desde lejos.
-Mi amigo francés- murmuró Hara Kei, sin darse la vuelta.
Pasaron horas, sentados uno junto a otro, hablando y callando. Después Hara Kei se levantó y Hervé Joncour lo imitó. Con un gesto imperceptible, antes de enfilar el sendero, dejó caer uno de sus guantes junto al vestido de color naranja, abandonado en la orilla. Llegaron al pueblo cuando ya anochecía.

Arturo Herrera dijo...

Garcias Nata, si logré que te guste Baricco ya es una victoria. Es uno de los mejores escritores modernos.
Nos falto la carta, que es desde mi punto de vista es el climax de la historia.

Ojos dijo...

Pues a mi tambie me gusto, y además ya me dejaron picada, ahora ya tendre mas tiempo para leer y la verdad tengo un deseo inmenso de dejarme atrapar por las letras, me ayudan?